Vigo Central: la zona de bajas emisiones que transformará la movilidad y penalizará a los vecinos.

Vigo Central

La puesta en marcha del proyecto “Vigo Central”, la futura Zona de Bajas Emisiones (ZBE) aprobada por el Concello, marcará un antes y un después en la movilidad de la ciudad.

Según el informe técnico que sustenta la medida, 65.000 desplazamientos diarios se verán afectados, lo que equivale a más de un tercio de los vehículos que circulan en Vigo cada jornada.

La medida, que se enmarca en la obligación legal de implantar ZBE en las ciudades españolas de más de 50.000 habitantes, llega con un discurso oficial centrado en la reducción de emisiones contaminantes. Sin embargo, su impacto real abre un debate mucho más complejo: ¿quién paga el precio de la transición ecológica?


Una medida necesaria para el medio ambiente

Nadie discute la importancia de reducir la contaminación en las ciudades. Vigo, con un parque automovilístico envejecido y una fuerte dependencia del coche, necesita dar pasos hacia una movilidad más sostenible. Las ZBE son una herramienta avalada por la Unión Europea que ya se aplica en ciudades como Madrid o Barcelona, y buscan precisamente avanzar hacia un aire más limpio y una calidad de vida mejor para los ciudadanos.

El centro de Vigo, con áreas como la Plaza de Portugal, soporta un intenso tráfico en horas punta. Restringir vehículos contaminantes en estas zonas puede contribuir a reducir la polución y favorecer el transporte público, la bicicleta o los desplazamientos a pie.


El coste oculto: un impacto desigual y clasista

Pero la otra cara de la moneda es menos amable. El propio informe del Concello admite que las restricciones golpearán de lleno a decenas de miles de rutinas diarias: trayectos hacia el trabajo, colegios, centros de salud o comercios. Y lo harán con un sesgo evidente: los más afectados serán quienes no pueden permitirse cambiar de coche.

El mercado de segunda mano ya está descontando esta realidad: los vehículos sin distintivo ambiental pierden valor a un ritmo acelerado, lo que dificulta aún más a sus propietarios acceder a un coche “permitido”. En la práctica, las ZBE generan una nueva frontera social: quienes tienen recursos seguirán circulando, quienes no, quedarán fuera.

No es casualidad que en barrios como Bouzas, de carácter residencial, el impacto sea mayor. Allí, cada desplazamiento de ida y vuelta al trabajo implica atravesar la zona restringida. En calles como Tomás Alonso, Covadonga o Pescadores, los vecinos se verán atrapados en un laberinto de limitaciones.


El debate pendiente: ¿y las grandes fuentes de contaminación?

El discurso oficial insiste en que los vehículos privados son responsables de buena parte de las emisiones urbanas. Pero, ¿qué pasa con otras fuentes de contaminación?

  • El tráfico portuario e industrial, que genera emisiones muy superiores, apenas se menciona en el debate público.
  • El transporte pesado y de mercancías, crucial para el tejido económico, no recibe la misma presión que los turismos particulares.
  • Incluso el propio diseño urbanístico, que obliga a miles de desplazamientos diarios en coche, sigue sin revisarse en profundidad.

En este contexto, resulta difícil no ver un desequilibrio: se penaliza al ciudadano medio mientras las grandes fuentes emisoras permanecen en un segundo plano.


¿Qué opinan los vigueses?

La encuesta ciudadana realizada por el Concello refleja una realidad incómoda: solo un 5% de los afectados se plantea cambiar de coche por otro menos contaminante. La mayoría busca alternativas menos costosas:

  • Un 26,5% accedería a pie o en bicicleta.
  • Un 24,7% dejaría de entrar en la zona restringida.
  • Un 21,5% recurriría al transporte público.
  • Un 21,9% asegura que directamente ignora las limitaciones.

Estos datos ponen sobre la mesa el riesgo de que las ZBE, sin un refuerzo serio de alternativas de movilidad, acaben siendo papel mojado.


Una transición justa pendiente

Las Zonas de Bajas Emisiones son una medida necesaria para combatir el cambio climático y mejorar la salud urbana. Pero en su implementación actual, “Vigo Central” corre el riesgo de convertirse en una medida discriminatoria y clasista, que deja a muchos vecinos al margen sin ofrecerles alternativas reales.

Si la transición ecológica no va acompañada de planes de apoyo económico, transporte público eficiente y políticas que incluyan también a las grandes fuentes contaminantes, la factura del cambio volverá a caer en los de siempre: la ciudadanía de a pie.

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